A veces, sin decirnos nada, nos tomábamos de las manos y nos dábamos un beso que nos alborotaba las hormonas y nos producía una deliciosa descarga eléctrica de la cabeza a los pies. Hablábamos poco. El resto del tiempo la pasábamos con la mirada perdida en algún lugar donde el resto del planeta no existía. Así era el amor en la época de mi primer romance.
Por la noche, al llegar a mi casa marcaba su número de teléfono. la conversación continuaba justo donde la habíamos dejado sentados en el antejardín.
Ella decía que se dormía cada noche con mi olor entre sus manos. Me contaba que las ponía cerca de su nariz y soñaba con castillos, dragones y un príncipe azul que tenía mi mirada, mi voz y se llamaba como yo.
Siempre que iba a visitarla salía de mi casa con un fuerte olor a colonia. La marca la recuerdo bien, por que esa loción en particular tenía la virtud de prolongar mi
presencia en sus noches de cuentos de hadas. A mí me encantaba el aroma de Aramis porque a ella le encantaba mi olor cuando yo la llevaba puesta.
Años después cuando la niebla del primer amor se disipó, y su recuerdo solo era, digamos… cándido, traté de buscar la misma esencia para recrear el efecto de mis primeros días de enamorado. Por atrapar en las volátiles moléculas de una loción, el olor sepultado en mi adolescencia.Busqué en perfumerías, centros comerciales, catálogos, lotes aduaneros y zonas francas el frasco de “Aramis” y no lo encontré. Es decir, encontré versiones nuevas y aromas modernos de la misma casa de perfumes, pero nunca la versión que yo creía recordar a ojos cerrados…
La Fatalidad
Una tarde entré a un mercado de las pulgas en Orlando. Nada tenía que hacer allí, pero quise curiosear entre las “viejas” cosas nuevas que tenían en oferta. La loción, tanto tiempo buscada, estaba en el último kiosco que visité.
La misma caja de cartón que imitaba la madera, el mismo frasco de bordes cuadrados, el mismo estilo de hace más de dos décadas. Le pedí al dueño que me dejara oler la fragancia. Puse un par de gotas en mi antebrazo, dejé que se secara y aspiré…
En ese momento supe que el perfume jamás había dejado de ser lo que era. Pero, mi olfato, veintitantos años más viejo, con seguiridad había cambiado.
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